Carrie tenía un collar con su nombre al que estaba muy apegada, el que era, en cierto modo, un símbolo de su esencia, de su persona. Siempre lo llevaba, hasta que un día lo pierde, y empieza a ver como se va perdiendo ella también.
A mí me pasó igual.
Yo también tenía un collar así, uno con una P, que quería desde hacía tiempo y que por fin me compré con uno de mis primeros sueldos en el British Council. Sin pretenderlo, se convirtió justo en eso, en el símbolo de mi persona y de mi vida en ese momento. Se convirtió en mi propio sinónimo.
Llámalo causalidad, pero poco después de tener a mi primer hijo, ese collar desapareció y, como muchas de nosotras, yo también desaparecí en la realidad arrolladora de ser madre. Al mismo tiempo que me preguntaba por el paradero de mi collar, también me preguntaba por mi propio paradero. Al final me di por vencida, ya nunca lo (me) volvería a encontrar.
Cuál fue mi sorpresa cuando, varios años después, apareció de la nada. De repente, ahí estaba, en el armario. Otra vez pensé en Carrie, cuando encuentra su collar dentro del forro de un bolso en el que lo había buscado en muchas ocasiones. No sabes la ilusión que me hizo encontrarlo, solo para volver a desaparecer, poco después, con la llegada de mi segundo hijo. Esta vez fue la definitiva. Ese collar desapareció al igual que la Pilar de su veintena.
Todos estos años he seguido pensando en él, en mí. Puede que me hayas oído ya hablar de ese tema, puede que me repita, pero me parece de la máxima importancia el llegar a conocernos. Quienes somos, quienes hemos dejado de ser, y como encajamos todo eso.
Estas navidades, los reyes magos devolvieron esta P a mi vida, y con ella, la compuerta a alguien que pensaba que había olvidado. A partir de ahora, siempre que nos veamos, irá conmigo.
¿Y tú? ¿Hay algo a lo que te aferres y te recuerde a días pasados?
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